Solía despertar aturdido, con el flequillo extraviado entre sus cejas comenzaba el rumbo de la mañana, como si de cualquier otra se tratara. Su mirada perdida en el espejo, ya no podía recordar quien era aquel extraño que tenía frente a él; tal vez un pariente…. No alcanzaba a retener en su memoria más allá de unos segundos, quizás no tanto. Al instante se acercó una voz amiga, cariñosa, decía ser su hija y calidamente le acompañó a la cocina. Le susurraba palabras dulces, como si a un niño se dirigiese, pero aquel vacío, la inmensidad del nada en su todo interior le producía escalofríos.
El pasado…… dónde habrían quedado sus recuerdos, en qué lugar fueron a esconderse, por qué huyeron de su lado, ¿se asustaron tal vez del inconmensurable y voraz manto del olvido?. Asusta, es cierto….. si al final de la vida todo aquello que nos queda no le ha reservado un rincón a nuestro pasado y a aquellos recuerdos tan amados, que se mecen a menudo en nuestra memoria, al compás de las estaciones y nos llenan de ternura, a veces de tristeza, evocando sentimientos profundos que nos reconfortan el alma.
Volvió a sus orígenes una mañana, lo hizo poco a poco, sin prisas, casi sin darse apenas cuenta, pero afianzándose a cada paso; la oscuridad devoró los rincones de su memoria, ganó terreno a la cordura y lo volvió frágil, indefenso, como un niño, caprichoso y testarudo; y no es que seamos polvo y en polvo…… ya sabéis lo que se dice, es más bien que niños nacemos y con la mentalidad de ese nuevo ser moriremos, sin recuerdos, sin pasado, todo por hacer y aprender, listos……., para volver a comenzar.
Feliz nueva vida abuelo…. vívela.