Mes de agosto, tarde calurosa, en el umbral de las cuatro de la tarde las calles desiertas, hora de siesta en mi España dormida.
El sopor invade la habitación, me asomo a la ventana y, a lo lejos, puedo ver las hondas del Dorado dibujando el horizonte. Campesinos descansando a la sombra de los chopos, durmiendo otra dura jornada de cosecha; semblantes enrojecidos, inexpresivos; bocas entreabiertas goteando la sabia del descanso.
España duerme bajo una encina; allí donde se veta la entrada al astro Sol, allí donde está prohibido el paso al Dios Inti; hora sagrada; a las puertas espera Apolo con impaciencia, pero en mi Tierra reina la calma; el tiempo se detiene entre los maizales, álamos mecidos por Eolo, y el ambiente es calmo; silencio interrumpido por el griterío de las chicharras; los pájaros callan adormecidos en las copas.
La siesta….; obligado paréntesis; la duermen los campos de Castilla; regada por el Guadalquivir, es venerada por la Giralda….. Sevilla se acomoda al regazo de Morfeo y se cuelga su manto por montera; es el espacio sagrado; respeto sepulcral… ignominioso despertar, tardío, indeseado….
Poco a poco, despierta, bosteza con insolencia, se coloca las alpargatas de esparto y comienza a caminar de nuevo, pero eso sí despacio, desperezándose a su antojo; otro día, otra siesta, otro caminar, otro despertar y echarse a andar; ahora la siesta se acomoda bajo la almohada a la espera de un nuevo despertar.