La melancolía me despertó al amanecer, susurrandome al oído que se había marchado con la luz del alba. Al hombro, un pequeño atillo con aquello que, hasta el momento, decoraba las paredes de mi corazón; ilusión, esperanza, amor y pasión. El rocío que sólo puedes ver al amanecer, cubría sus ojos, brillantes, vidriosos, con el sabor de la decepción y el dolor en su rostro. Tristeza de amor, llanto contenido, rabia, frustración, tantas y tantas cosas que, a su paso, deja el desamor......
No sé que pasaría, la situación se me escurrió de entre los dedos y poco a poco me fui acomodando en la soledad; la hice confidente y compañera, me dejé envolver en su manto y me aislé del exterior. No escuché su llamada; al otro lado, tras de los cristales, él gritaba mi ausencia, su alma, desesperada, repetía mi nombre sin respuesta. Dentro, anidaban entrelazados la frialdad y el silencio.
Hoy, recuerdo sus dulces caricias, su amor inocente, su mente infantil, las ilusiones contenidas a punto de estallar, de esparcirse a mi alrededor y cubrirme con el velo dorado de la felicidad. Siento su ausencia, es cierto, pero la duda va de mi mano y me agarra fuerte en ocasiones; ella, frena mis impulsos, es consejera sabia y, a veces, me observa de cerca y me dice en confidencia que las situaciones, por naturaleza, tienden a repetirse una y otra vez, como si de una rueda sin freno se tratase, y que las promesas son efímeras y tienen la facultad de evadirse cuando aparece la rutina.
De nuevo reflexionando....., hoy están los tres juntos, duda, razón y corazón; me pregunto quién ganará la partida esta vez; sea lo que sea......, lo aceptaré.