Creció y se forjó acurrucadito al
abrigo de Valmayor; entre robles y a la sombra de los matorrales pasaba las
tardes de verano soñando aventuras épicas y romances con bellas princesas.
Valiente caballero que, de niño, se adormecía bajo la luna llena, al susurro de
las notas de un viejo piano que, con sus manos, acariciaba su yaya, eterna y
majestuosa; aquella melodía patética le acompañaría el resto de sus días y en noches
de primavera, cuando el silencio se expandiera en todo su esplendor y la
melancolía le embriagara con su amargo y agrio sabor, se empañarían sus ojos
cargados de emoción por el recuerdo.
Fue pasando el tiempo y como toda
flor, el niño fue madurando; en su mochila se albergaban recuerdos
interminables de jornadas a bordo del Cadillac de su tío escuchando Rock and Roll
por el Estado de Pensilvania con Bruce Springsteen atrapado en su reproductor;
le encantaba tararear “Dancing in the Dark”; se transformaba escuchando “Tenth
Avenue Freeze-Out”; aquellas canciones que muchos años después, seguirían
sonando, repetidamente, en su Fiat 500 descapotable por las calles de Madrid,
como si quisiera atrapar el pasado y guardarlo en un hatillo bien apretadito al
abrigo de su corazón, tan herido a veces. La música le daba vida, esa vida que
su mente le arrebataba en momentos de tristeza; cuánto recordaría durante su
madurez aquellos días eternos que marcarían su carácter de por vida.
El desamor, la melancolía, habían
hecho de él, el hombre sensible y sentimental que era; su eterna Elisabeth…. la
princesa que le partió el corazón, sin querer.
Y muchos años después volvió a
soñar con la brisa del Cierzo, fría y seca del Noroeste; viento que le paralizó
al despertar una mañana de marzo de no se sabe cuándo, mucho tiempo atrás;
anclado en un sentimiento pasado y sin futuro, volvió a recomponerse y echó a
andar de nuevo por tierras de desamor y otras historias que le traían de cabeza
y entre los ires y venires cotidianos, se topó una tarde de noviembre con el
viento del Céfiro, templado y húmedo del Oeste; se dejó embriagar con la
calidez de su brisa y se sintió vibrar al atardecer, entre olores almizclados y
notas florales.
Con la brisa del Céfiro soñó e
imaginó que no había nada que no pudiera conseguir, se hizo fuerte, confiado y
volvió a recuperar la ilusión cargadito de emociones; se dejó mecer por la
dulzura del paso cálido de Céfiro rozándole la piel; tan valiente se sintió que
decidió recuperar batallas perdidas y torear de nuevo con la montera a medio
colocar y la muleta semitorcida, no percatándose de que no era el momento de volver
a estoquear ; sintió de nuevo la brisa helada y fría por unos instantes que, en
el pasado, le paralizó el alma; apenas unas horas de falsa ilusión que alejaron
de si el aura entrañable y dulce que hasta ese momento le había acompañado;
después arrepentimiento y frustración se acostaron junto a él durante largos
días y muchas más noches….
El engaño en el amor no es buen
compañero de viaje; la fidelidad se encara cuando es traicionada, para dejar
paso al silencio y la soledad perpetuos…; silencio que sólo escuchas a gritos
en tu interior mientras, tras las ventanas de tu habitación, llueve una vez
más…