Amaneció con luz tibia y cielo encapotado; era de aquellos días en los que me planteaba parte de mi existencia; el deseo de querer o no querer, el ser o no ser, el…. me conviene o tal vez no, todo aquello que una se pregunta cuando el día está disperso y los pensamientos flotan. Volvía a encontrarme en otra encrucijada; necesitaba respuestas, encontrar soluciones, direcciones nuevas con la frescura del rocío. Necesitaba tomar decisiones en firme y no retroceder de nuevo; ¿sería capaz de hacerlo?; ¿pondría por fin, final a aquella tortura?.
Me asustaba el arrepentimiento; viejo amigo que gustaba de acompañarme a menudo en las cuestiones del corazón; y una vez más, el caldo espeso de larvas de mi memoria se entremezclaba con mi sensatez y mi cordura. Aquella situación me hacía daño, lo sabía muy bien. Tiempo perdido, inerte, inmóvil, sin sentido; vuelta a empezar y una y otra vez la rueda interminable me hacía girar al compás de la incertidumbre.
Buscaba algo tan simple como el sendero de la sencillez; un ápice de sosiego, tranquilidad, olvidarme por unos instantes de aquella relación; remontarme y alcanzar las dunas de un espíritu libre, desinhibido, sin trabas, sin reglas ni imposiciones, necesitaba libertad…..
Seguiría buscándola hasta la llegada del ocaso, sin duda; la encontraría seguro, adormecida entre mis cabellos al recostarme sobre mi almohada; su aroma rodearía mis sentidos y entre mis manos salpicarían chispitas de locura y sinrazón. Se alojaría en mis pupilas al anochecer y amanecería renovada, segura y al fin…..con la tranquilidad de la reflexión en mi corazón.