La adolescencia acudió en su
búsqueda y el niño de la hacienda fue tomando formas de señorito; su esmerada
educación le confería al joven una elocuencia propia de la gente de bien; atrás
quedaron sus correrías por los rincones de la Azucarera del Carmen y la pasión
por la niña de sus ojos, cuya presencia le había provocado, tiempo atrás, tremendo desazón. Amor infantil….. que
inocente dulzura.
Marchó con la seguridad de
encaminarse hacia el sendero cierto de la formación técnica superior y con el
orgullo de sus padres reflejado en sus pupilas cuando le vieron partir; La
estación de Benalúa le despidió una mañana lluviosa del mes de octubre, dejando
tras de si, su infancia, los cuentos de la abuela y las historias interminables
de Modesto, el gitano; cuantos recuerdos……., los llevaba todos consigo,
amontonados en los bolsillos y entre los pliegues de su chaqueta muy cerca del
corazón.
Corrió el tiempo para Manuel
entre quehaceres y libros, tan rápido, que apenas se dio cuenta de que se
afeitaba más a menudo que de costumbre; el niño ya no era tal, su infancia
había madurado y su piel curtida,
respiraba aires de la juventud.
El regreso se produjo una tarde
de intenso calor. El 8 de julio a las cuatro de la tarde, estacionaba el
Expreso de Granada en el andén de la estación; a la espera, su familia querida;
besos, abrazos, emoción, ternura, orgullo y la tranquilidad de la vuelta al hogar
de aquel joven convertido en hombre. Un
hombre con el porvenir extraordinario que confiere la sabiduría, la formación y
el respeto inconmensurable hacia los demás. Juan Manuel, sin duda un nombre para
recordar……