martes, 7 de enero de 2020

Y ASÍ ES ÉL


La mañana del veintidós de diciembre amaneció con brumas que, poco a poco, se fueron disipando, dejando paso a un cielo azul celeste que invitaba a la ensoñación y el romanticismo. Me pregunté si aquello sería una señal.
Dieron las diez y media en el reloj de cuco de pared y me apresuré a vestirme y embadurnarme con esencia de azahar, dejando una estela fresca y sutil a mi paso que envolvía la estancia con aromas de mi infancia; tiempos en los que mi yaya y yo compartíamos chocolate caliente y bizcocho de limón, pegaditas a la chimenea, respirando el aroma que la madera de encina despedía al arder y compartiendo confidencias de mujeres. Me venían a la memoria recuerdos del pasado; tiempos en los que solía enfundarme en vaporosos vestidos de algodón blanco y sedas naturales que caían sobre mi piel con la delicadeza de una brisa marina acariciándome el rostro en una cálida tarde de verano.
Empecé a sentir cierto hormigueo en mi estómago; serían nervios, me dije; me preguntaba cómo sería él. Conocía su rostro, había escuchado su voz y ciertamente me parecía una voz armónica y serena; me inspiraba confianza. Mi impaciencia pedía paso y salí de casa con bastante antelación, pues me gustaba llegar a tiempo a mis citas.
Estuve esperando unos minutos y a las doce cuarenta apareció en escena con una amplia sonrisa. Me confesó su timidez, presentándose como un hombre sencillo, sin complicaciones. Y así era él. Vestía pantalón color tierra, jersey marrón y camisa a cuadros; llevaba unos zapatos castellanos color vino y una bufanda gris con flequitos; todo muy conjuntado y a la moda, como él añadió al filo de nuestra conversación.
Sus ojos me miraban fijamente a veces y se acompañaban de una sonrisa casi trémula que llegaba a intimidarme. Notaba que se sentía bien a mi lado y que a pesar de la inquietud que la primera cita podía producirle, su deseo de estar conmigo cobraba más fuerza. Su alma se entrelazó a la mía durante la tarde y estuvieron conversando en silencio. No hay palabras cuando dos almas hablan, sólo sensaciones.
La tarde pasó en un instante y nos despedimos con la promesa de volver a vernos.
Si tuviera que describirlo diría de él que lo sentí padre ante todo y sobre todo; que lo sentí un hombre que tímidamente descubría su corazón con la esperanza de que, esta vez, fuera yo quien lo acogiera en mi regazo y lo tratara con sumo cuidado, poniendo especial atención en no dejarlo caer nunca más.
Sus enormes ojos color marrón se achican cuando estoy cerca; es una expresión que a menudo he visto en días de Navidad, cuando los niños reciben sus primeros regalos. Es la expresión de la felicidad; y hoy quiero decirle que intentaré no ensombrecer su sonrisa con mis actos, que procuraré conservar su corazón intacto y no hacerle nunca daño, que deseo y espero que en su mirar persista siempre ese brillo de la primera vez.

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